Rosas a la Virgen por el mes de María (día 20)

VIGÉSIMO DÍA

Es maravilloso contemplar el Miserio de la Visitación de nuestra Madre, María, siendo una pequeñita de catorce, quince años, a su prima Isabel, que andaría ya por los sesenta… Tratemos de intorducirnos en la escena:

Del Santo Evangelio según San Lucas (Lc 1,39-45)   +++Gloria a Ti, Señor

Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su vientre, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor.”

Palabra del Señor           /              Gloria a Ti, Señor Jesús

María parte apresurada y feliz, a casa de su prima, Santa Isabel. Ella, la bendita entre todas las mujeres, va de prisa pensando únicamente en hacer el bien, sin importarle que Ella igual, estando embarazada, quizás necesitaría también de ayuda. María solo piensa en ayudar y hacer feliz a Santa Isabel, y ayudarle en ese proceso.

La Virgen llega a la casa donde nacería el precursor de su Hijo, San Juan Bautista, hijo de su prima Isabel y Zacarías. A su llegada, Isabel aclama, agradecida, a la Madre de su Redentor: “¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme?” (Lc 1,42 y 43)

El Bautista, todavía en el vientre de su madre, se estremece al estar al frente de su Dios (Luc. 1,41) La humildad de María nuevamente, la podemos apreciar en el Magníficat… Santa Isabel, alaba a la Santísima Virgen y le dice: “Bienaventurada eres Tú porque has creído.”

El estar cerca de Dios, y esa unión plena con Él, lleva al hombre a desear y tratar de hacer siempre la Voluntad de Él. La unión con Dios, la vida sobrenatural, lleva consigo siempre la práctica de las virtudes humanas: María lleva la alegría al hogar de su prima, porque “lleva” a Cristo con Ella. Lleva el anuncio de la salvación en su seno virginal.

María es ejemplo de la virtud de la lealtad: Nuestros ojos deberían fijarse en Ella, y contemplar cómo Ella nos enseña a vivir esta gran virtud. Apenas cree o siente que su prima podría necesitarla, el Evangelio nos dice que acude “presurosa” y esa expresión nos hace pensar que está entusiasmada, alegre… Lo confirmamos ahora al leer sobre el encuentro… Todo es gozo y bendición… Ella nos enseña a que la ayuda no solamente se debe de brindar a la mayor brevedad posible, sino que es conveniente estar pendiente, para que ni siquiera tengan que pedírnosla, y lo más importante: debemos de hacerlo con gozo y diligencia (de buena gana).

Cuando escribimos sobre esto, no podemos dejar de pensar en nuestras hermanitas de Stella Maris ¿Se han dado cuenta, quienes han tenido la alegría de tratar con ellas, cómo están siempre tan prestas al servicio, y con tanta diligencia?

La Virgen nos enseña que el ayudar debe ser siempre un valor del cristiano; pero no solamente es el ayudar por ayudar. La Virgen nos enseña, que el activismo no es lo mejor. La verdadera ayuda está basada en el darse con amor, por amor a Dios, con pureza de intención y sin esperar nada a cambio.

En nuestra espiritualidad, entendemos que el entregarse a los demás es una cuestión prioritaria, pues como nos lo ha dicho tantas veces nuestro Director General: “No somos eucarísticos por creer que Jesús está allí, en la Hostia Santa, y por nuestras consecuentes prácticas piadosas en relación con la Eucaristía (misas, adoraciones, visitas al Santísimo, horas santas y procesiones…) somos eucarísticos porque tratamos de imitar a Jesús que nos dice, precisamente en la última Cena, al instituir la Eucaristía: ‘Este es mi Cuerpo y esta es mi sangre, que entrego por muchos… hagan esto en memoria mía’ es decir: ‘entréguense también ustedes, como me entrego Yo, para el bien de los demás’.”

Volviendo a la visitación, vemos que Santa Isabel, alaba igualmente la inmensa virtud teologal con la que la Santísima Virgen ha sido premiada: El Espíritu Santo vive en María, por eso puede comunicárselo a su prima, de modo que, al verla, Isabel inicia una oración de alabanza, haciendo hincapié en las maravillas que el Señor obra en sus creaturas: “¡Bendita Tú que has creído!”, le dice al saludarla, cuando Nuestra Señora llega, por los áridos caminos de la montaña para visitarla y ayudarla por un buen tiempo.

El haber dicho “Sí” a la Voluntad del Padre, aún sin entender de qué se trataba, es digno de alabanza, e Isabel alaba ese maravilloso acto de fe de María al haber exclamado: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según Tu Palabra.”

¿Puede haber acaso algo mejor que sentir esa paz y ese gozo que nos brinda el saber que estamos haciendo la Voluntad de Dios; el sentirnos amados por Dios, el percibir su presencia y su accionar en nuestra vida…? Naturalmente que no.

El sabernos amados por nuestro padre Dios y tener la certeza de haber sido incorporados a Jesucristo por el bautismo, contando además con el auxilio y protección de nuestra Santísima Madre del Cielo, hace que la vida del creyente tenga templanza ante los sufrimientos y certeza ante los desafíos de la vida. Esa paz, unida a la esperanza de la vida futura y las consolaciones del amor de Dios, que parten desde el cimiento de nuestra fe, constituyen la gran luz que ilumina nuestras vidas y que, entre los problemas, angustias, dificultades, miserias y demás situaciones en las que nos vemos envueltos, nos impulsa a seguir caminando, animosos, hacia la Patria Celestial.

Cada familia, cada hogar cristiano, Iglesia doméstica, debería de ser un remanso de serenidad en el que, por encima de las pequeñas o grandes diferencias y contradicciones de nuestra vida diaria, se sintiera y proyectara un respeto profundo, un cariño sincero; una tranquilidad confiada y una esperanza firme en las Promesas recibidas del Padre, fruto de una fe madura y sólida, vivida y testimoniada, desde los mayores y hasta el último pequeñín, para gloria de Dios.

María nos enseña, en este episodio de Su Vida, que la fe siempre tiene que estar cimentada en el amor a Dios y a los demás. Que el servicio amoroso debe de llevar siempre a Cristo, como en primer plano, y que todo lo que se haga debe de llevar el sello de la humildad, teniendo siempre presente que, el que “hace y obra” las cosas buenas en nosotros es Dios, y no nosotros con nuestras propias fuerzas. La humildad se debe transmitir en las obras, en el proceder diario ante las diversas situaciones de la vida.

No esperemos actuar y obrar como Dios quiere, y María nos muestra con su vida, en las situaciones “extremas”, o en aquellas circunstancias “extraordinarias”. La salvación se logra en el día a día, en el caminar diario y en las situaciones más sencillas, como el servir en la casa con amor y humildad, el soportar con paciencia los defectos de alguno de nuestros más cercanos, ofrecernos para realizar los trabajos de la casa que más cuestan a todos, escuchar con paciencia a los más ancianos, visitar o llamar a algún enfermo, etcétera.

Tomemos la Mano de María para caminar diariamente, y pidámosle que nos ayude, intercediendo por nosotros ante el Espíritu Santo, para que derrame sobre cada uno los dones que necesitamos para dar frutos de santidad y dejar marcada la huella de Cristo, mientras caminamos por nuestra vida.

Que por la acción del Paráclito de Dios, y por el amor que Jesús tiene a su Madre, aumente en nosotros la Fe, que mueve montañas cuando es pedida, concedida y puesta en práctica, en humildad y abandono a la voluntad de nuestro Padre Eterno.

 

ROSAS PARA LA VIRGEN:

Ofreceremos a la Virgen durante los siguientes tres días, la oración “Bajo Tu amparo”, que nos ha pedido el Papa Francisco rezar para los días de pandemia que estamos viviendo en el mundo, pidiendo por:

– Todos los infectados y sus familias.

– Todas las personas que han fallecido, por sus almas para que estén ya con el Señor.

– Por todas las familias que han perdido seres queridos y no han podido despedirse de ellos. Para que el Señor les dé la fortaleza y la gracia del consuelo, y puedan superar esta grandísima prueba.

– Por la situación de la economía mundial, para que el Señor ayude al mundo entero y obre en los corazones de los gobernantes, para que el trabajo no falte y todos los hogares puedan contar con lo necesario para vivir y cubrir las necesidades básicas familiares.

– Para que la Santísima Virgen María nos acompañe en estos momentos (a cada uno y a nuestras familias), y nos proteja de todo mal, y por Su Intercesión, nos alcance las gracias que necesitamos en el alma y en el cuerpo.

– Para que pronto acabe esta pandemia, y todos los hombres vuelvan sus ojos a Dios, nos convirtamos y seamos mejores hijos de Dios y hermanos los unos de los otros.

– Por todos los jóvenes y niños, para que no pierdan la esperanza, la felicidad, la paz y las ganas de vivir y de trabajar por un mundo mejor.

-Por la unión de todas las familias y especialmente por los padres, para que siempre sean testimonio y apoyo sólido de amor, paciencia, alegría, confianza, misericordia y perdón para sus hijos.

Por esas intenciones, recemos todos virtualmente juntos y espiritualmente unidos:

«Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios»

En la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, Madre de Dios y Madre nuestra, y buscamos refugio bajo tu protección.

Oh Virgen María, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en esta pandemia de coronavirus, y consuela a los que se encuentran confundidos y lloran por la pérdida de sus seres queridos, a veces sepultados de un modo que hiere el alma. Sostiene a aquellos que están angustiados porque, para evitar el contagio, no pueden estar cerca de las personas enfermas. Infunde confianza a quienes viven en el temor de un futuro incierto y de las consecuencias en la economía y en el trabajo.

Madre de Dios y Madre nuestra, implora al Padre de misericordia que esta dura prueba termine y que volvamos a encontrar un horizonte de esperanza y de paz. Como en Caná, intercede ante tu Divino Hijo, pidiéndole que consuele a las familias de los enfermos y de las víctimas, y que abra sus corazones a la esperanza.

Protege a los médicos, a los enfermeros, al personal sanitario, a los voluntarios que en este periodo de emergencia combaten en primera línea y arriesgan sus vidas para salvar otras vidas. Acompaña su heroico esfuerzo y concédeles fuerza, bondad y salud.

Permanece junto a quienes asisten, noche y día, a los enfermos, y a los sacerdotes que, con solicitud pastoral y compromiso evangélico, tratan de ayudar y sostener a todos.

Virgen Santa, ilumina las mentes de los hombres y mujeres de ciencia, para que encuentren las soluciones adecuadas y se venza este virus.

Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.

Santa María, toca las conciencias para que las grandes sumas de dinero utilizadas en la incrementación y en el perfeccionamiento de armamentos sean destinadas a promover estudios adecuados para la prevención de futuras catástrofes similares.

Madre amantísima, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio y la constancia en la oración.

Oh, María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.

Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.

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