Rosas a la Virgen por el mes de María (día 28)

VIGÉSIMO OCTAVO DÍA

San Juan Damasceno es uno de los escritores más  reconocidos desde antiguo en nuestra Iglesia. Nació en Damasco, Siria y vivió entre los años 675 y 749. Doctor de la Iglesia y poseedor de gran sabiduría, se dedicó al estudio y a escribir sobre dialéctica, física, filosofía, moral y, por supuesto, Teología.

Pretendió exponer sistemáticamente todo el dogma cristiano y no abordar solamente unos pocos temas, como hicieran sus antecesores. Cuando el emperador de Constantinopla prohibió el culto a las imágenes haciéndose eco de los iconoclastas que acusaban a los cristianos occidentales y orientales -fundamentalmente los monjes- de adorar imágenes, San Juan Damasceno defendió la práctica de la veneración, no adoración, de las imágenes religiosas contra los iconoclastas con las siguientes palabras: “Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen.”

Una leyenda cuenta que, en medio de la querella de los iconoclastas perdió una mano, y la Virgen se la restituyó. Con base en dicha historia, se pintó el icono de la Trijerusa o Troeruchista: una imagen de la Virgen que tiene tres manos y es sumamente popular y venerado en la Iglesia Oriental. Fue llamado “Orador de Oro”, debido a su elocuencia y es considerado un gran profeta en las Iglesias Orientales.

Este famoso autor describe la muerte de Nuestra Señora con estas hermosas palabras:

“La Madre de Dios no murió de enfermedad, porque Ella, por no tener pecado original (fue concebida inmaculada: o sea, sin mancha de pecado original), no tenía que recibir el castigo de la enfermedad. Ella no murió de ancianidad, porque no tenía por qué envejecer, ya que a Ella no le llegaba el castigo del pecado de los primeros padres: envejecer y acabarse por debilidad.

Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al Cielo donde estaba Su Hijo, que este amor la hizo morir.

Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo el tiempo en enseñar la religión del Salvador a chicos y grandes, cuando había consolado a tantas personas tristes y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber a los Apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo para la eternidad.

Los Apóstoles la amaban como la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios, sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.

Fueron llegando, y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido.

Para cada uno de ellos tuvo la Excelsa Señora palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos, y su alma, mil veces bendita, partió para la eternidad.

La noticia cundió por toda la ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a llorar junto su cadáver, como la muerte de su propia madre.

Su entierro, más parecía una procesión de Pascua, que un funeral. Todos cantaban el aleluya, con la más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima protectora en el Cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.

En el aire se sentían suavísimos aromas, y parecía escuchar cada uno armonías de músicas muy suaves.

Pero Tomás Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando llegó, ya habían regresado de sepultar a la Santísima Madre.

Pedro -dijo Tomás– no me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi Madre amabilísima y darles un último beso a esas manos santas que tantas veces me bendijeron.

Se fueron todos hacia el santo sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir de nuevo, suavísimos aromas en el ambiente y armoniosas músicas en el aire.

Abrieron el sepulcro y en vez del cadáver de la Virgen, encontraron solamente una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido; había resucitado a Su Madre Santísima y la había llevado al Cielo.

Eso es lo que llamamos la Asunción de la Virgen (cuya fiesta se celebra el 15 de agosto).

¿Y quién, de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia madre?”

Dulce Corazón de María, ¡sé la salvación del alma mía!

Sagrado Corazón de Jesús, ¡en Ti confío!

 

ROSAS PARA LA VIRGEN:

Ofreceremos a la Virgen, todos los días que quedan de este mes Mariano, la oración del Santo Rosario, tratando de rezarlo en familia (invitándolos a compartirlo con nosotros, de ser posible) como nos había pedido el Papa Francisco, especialmente en este mes de mayo. Seguiremos uniéndonos en oración, PIDIENDO POR:

– Por las próximas elecciones en México:  Que los mexicanos comprendan la gravedad de la hora y concurran masivamente a votar por la defensa de la vida y la libertad.

– Pidamos la poderosa intercesión de la Virgen para salvar el sistema democrático de las amenazas que le asechan en nuestros países y en todo el mundo.

– Por todas las almas de quienes han fallecido a causa de la pandemia, de la violencia y de la inseguridad ciudadana.

– Por todas las familias que han perdido seres queridos y no han podido despedirse de ellos. Para que el Señor les dé la fortaleza y la gracia del consuelo, y puedan superar esta grandísima prueba.

– Por la situación de la economía mundial, para que el Señor ayude al mundo entero y obre en los corazones de los gobernantes, para que el trabajo no falte y todos los hogares puedan contar con lo necesario para vivir y cubrir las necesidades básicas familiares.

– Para que la Santísima Virgen María nos acompañe en estos momentos (a cada uno y a nuestras familias), y nos proteja de todo mal, y por Su Intercesión, nos alcance las gracias que necesitamos en el alma y en el cuerpo.

– Para que todos volvamos los ojos a Dios, nos convirtamos y seamos mejores hijos de Dios y hermanos los unos de los otros.

– Por todos los jóvenes y niños, para que no pierdan la esperanza, la felicidad, la paz y las ganas de vivir y de trabajar por un mundo mejor.

-Por la unión de todas las familias y especialmente por los padres, para que siempre sean testimonio y apoyo sólido de amor, paciencia, alegría, confianza, misericordia y perdón para sus hijos.

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