Rosas a la Virgen por el mes de María (día 25)

VIGÉSIMO QUINTO DÍA

NICAN MOPOHUA: CUARTA PARTE

Seguimos con nuestra narración del Nican Mopohua. Aunque se podrían escribir ríos de tinta meditando sobre el encuentro entre María Santísima y San Juan Diego, quisimos traerles una pequeña parte, esperando en Dios que el amor a María Santísima se ensanche en nuestros corazones, y que el reflexionar más sobre su misión y amor por los hombres, encienda en nosotros no sólo el ansia de leer y conocer más sobre Ella, sino también de cultivar sus virtudes.

Continuando con el relato, recordamos que ayer habíamos quedado en que el Obispo, Fray Juan de Zumárraga, recibe de las manos de San Juan Diego la señal pedida por él, para corroborar la autenticidad del primer relato del indiecito. Al recibir esa señal, mandada por la Reina del Cielo, nos narra la historia que el obispo cae de rodillas:

“Y en ese momento desplegó su blanca tilma, en cuyo hueco, estando de pie, llevaba las flores. Y así, al tiempo que se esparcieron las diferentes flores preciosas, en ese mismo instante se convirtió en señal, apareció de improviso la venerada imagen de la siempre Virgen María, Madre de Dios, tal como ahora tenemos la dicha de conservarla, guardada ahí en lo que es su hogar predilecto, su templo del Tepeyac, que llamamos Guadalupe.

Y tan pronto como la vio el señor Obispo, y todos los que allí estaban, se arrodillaron pasmados de asombro, se levantaron para verla, profundamente conmovidos y convertidos, suspensos su corazón, su pensamiento. El Señor Obispo con lágrimas y tristeza, le hizo oración, y le suplicó que lo perdonara por no haber creído a Su voluntad, a Su corazón y a Su palabra.” (NM 181-187)

Imaginemos por un momento la escena: se encuentran en ese lugar, la máxima autoridad de la Iglesia y una persona que, ante los ojos de los españoles, era de las de “menor valor”. Efectivamente, aún en la escala de la sociedad indígena prehispánica, San Juan Diego, como campesino que era, ocupaba el penúltimo escalón de la pirámide social, el de los “Macehuali” o plebeyos, el grupo que estaba apenas por encima de los “Mayeque”, que eran esclavos, especialmente pertenecientes a otras etnias conquistadas.

Todos asumen la misma actitud que antes había tenido el pobre San Juan Diego; todos se arrodillaron, se admiraron ante tal regalo de la Madre de Dios.

En esta circunstancia de la llamada “quinta aparición”, se dan de cara el creyente y el no creyente, como decíamos ayer, pero sucede algo más, algo que, al parecer, la Virgen necesitaba “arreglar” antes de la construcción del Templo y por lo que realmente Ella quería, como protagonistas de esta historia, al máximo regente eclesiástico, y a la persona más humilde de la sociedad colonial: En este cruce de caminos, en cuyo centro se encuentra la Madre de Dios, presenciamos una admirable “superación de situaciones”, como nos deja advertir el relato del Nican Mopohua:

“Juan Diego pasó un día más en la casa del Obispo que aún lo detuvo. Luego trajeron a Juan Bernardino ante el Obispo para que hablara y atestiguara delante de él. Y, junto con su sobrino San Juan Diego, los hospedó en su casa el Obispo unos cuantos días.” (NM 187-190).

Detengámonos aquí un momento para meditar: El “gran prelado”, representante del Papa en estas tierras, autoridad moral, espiritual y también política, incluso ante el Virrey, los miembros de la Real Audiencia y demás personajes de la Colonia, hospeda al indito campesino y al tío en su casa. El pobre, bien pobre en casa del rico y poderoso. El conquistado en casa del conquistador. El ignorante en casa del que es poseedor de la verdad.

¿Qué podemos ver en esto…? No se puede pasar a la construcción del templo sin que el Obispo muestre aceptación y verdadero amor al indígena. No se puede dar culto a Dios y decir que se le ama, si no se ama primero y de manera real al prójimo al que se ve. No se puede edificar el templo, o el Reino, si no hay primero verdadera Conversión, Compromiso y Comunión.

María quiere eso: está muy bien que se la venere como Madre de Dios, pero lo que Ella busca es que se Adore a Su Hijo, el verdadero Dios por Quien se vive, pero además tal como Él quiere ser realmente Adorado: ¡En Espíritu y en Verdad!

Y no solo en la verdad hipostática del Verbo, donde Dios se Hace Carne para habitar entre nosotros, y aún después de crucificado, muerto, resucitado y ascendido al cielo se quedará siendo todo Dios y todo Hombre en la figura del Pan, adorado allí, perfecto, pero también adorado en verdad en lo oculto del templo espiritual que es el alma de los hombres… Porque cuando Dios es adorado y honrado en el corazón, se manifiesta de manera exponencial a los demás sin necesidad de palabras extraordinarias o sucesos sobrenaturales

“Mucho quiero, ardo en deseos de que aquí tengan la bondad de construirme mi templecito, para allí mostrárselo a ustedes, engrandecerlo, entregárselo a Él, a Él que es todo mi amor, a Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él que es mi salvación” (NM 26-28)

“Él, que es mi mirada compasiva…” Nadie puede amar verdaderamente a Dios de todo corazón, si en su alma no hay verdadero amor al prójimo, pureza de intención y una fe grande, llena de humildad, que cree en lo que no ve, pero que sabe que ahí está, Vivo y Presente, Aquel a Quien ama.

Nadie puede amar verdaderamente a Dios de todo corazón sin sentirse hijo y creatura limitada y frágil del Padre, necesitada de Jesucristo, Su Salvador.

Desde nuestra perspectiva, en este evento mariano sin precedentes, la Virgen resalta, quizá como el ingrediente más importante para salvarse, de tal forma que, sin eso, nada de lo demás importa, EL VERDADERO AMOR AL PROJIMO.

En el fragmento de la historia del Nican Mopohua que analizamos hoy, la Virgen nos dice nuevamente, como en las bodas de Canaán “Hagan lo que Él les diga”, y qué es, en esencia, lo más importante de TODO lo que Él nos dice? Naturalmente, su “mandamiento nuevo”: “Ámense los unos a los otros como Yo los he Amado.”

Nada de lo anterior hubiera podido ser factible, ni la señal, ni la construcción del templo, ni siquiera si el obispo y lo demás frailes hubieran creído, si el mensaje principal que traía consigo la Virgen no se hubiera hecho realidad.  Juntar a sus hijos en una misma familia, donde no hay distinción entre pobre o rico; indígena o español; clérigo o laico; clase o no clase; obrero o patrón. A los ojos de Dios y de nuestra Madre, todos son iguales y todos necesitan del auxilio y del amor del Cielo.

La Virgen quería dejar bien claro a su Iglesia, peregrina en América, que Ella, la Madre del Cielo, que venía trayendo al Creador y Redentor de todos, quería que su pueblo se amara como Jesús amó. Un mensaje que el Obispo se sabía de memoria, pero que en la realidad no le había calado el corazón como era debido hasta ese momento.

Y para San Juan Diego, quería que el mensaje de unidad igualmente calara su corazón, y a través de su testimonio y experiencia, el pueblo indígena comprendiera que la Iglesia, Casa de Dios, Templo de la Morenita del Tepeyac, donde la tierra se convierte en paraíso, los pájaros cantan y las flores crecen, es casa de todos. La Madre es Madre de todos y todos por igual tienen su lugar muy especial en el hueco de sus manos, junto a su Inmaculado Corazón.

En este encuentro entre Juan Diego y Juan de Zumárraga presenciamos no solamente la unión de corazones en pos de la Madre que viene a enseñarnos, que nada es más importante que amar a los demás con un corazón grande, donde todos tengan cabida, sean como sean y tengan el puesto que tengan; vemos también la unión de dos culturas. Dios ve más allá de lo que la persona aparenta, por lo que todos deben de ser amados, respetados y valorados simplemente porque son hijos de Dios y hermanos nuestros.

El Obispo, al ser un testigo de calidad, necesita profundizar en su conversión, así como ahora la Virgen nos pide a cada uno de nosotros, que somos testigos en primera fila de tantas bondades y gracias que Dios nos manda y dispensa desde le Cielo.

La Virgen está unida al Hijo, y el Hijo está unido a la Madre del Cielo. Él, Creador y Redentor de todos; Ella, Madre por petición del Divino Querer de todos.

El Templo que será levantado en el cerro del Tepeyac será la casa donde todos se hacen hermanos, y las barreras que el mundo impone, serán borradas.

El ANE, obra del mismo Dios, es la familia que nos abraza a todos. El lugar donde la Madre del Cielo, la Virgen en su advocación de Guadalupe, nos reúne a todos, de todas partes del mundo, borrándose las fronteras, las diferentes culturas, las razas, y las barreras del lenguaje, juntando a todos en un mismo corazón, una misma forma de ser, de pensar, de sentir y de actuar. Todos unidos en el amor al Señor en la Eucaristía, a María en la oración del Santo Rosario y al hermano (como presencia de Cristo en él) en el servicio apostólico en los Ministerios.

El mensaje de Guadalupe, como vemos, trasciende más en la vida de los fieles que en la construcción del Templo, que no es sino una llamada (una invitación) amorosa del cielo, para amar a Dios en verdad y amarnos entre nosotros de corazón.

Nuestras casitas de oración, nuestros recintos (hogares) materiales, donde lo inmaterial se hace presente en la unidad de la oración entre hermanos que, unidos en un solo corazón, aun no siendo hermanos de sangre, se sienten llamados y escogidos por el mismo Dios para tener, amar y aceptar a esa familia espiritual que le ha sido entregada para, entre todos, crecer, ayudarse, fortalecerse, en conclusión, AMARSE, COMO JESÚS NOS MANDA A HACER.

La Virgen nos insta a hacerlo. Nos instruye sobre lo que la unidad puede lograr en la búsqueda de soluciones y en la realización de objetivos. ¡Que mejor medio que el Apostolado, en todas las Casitas de Oración que lo conforman, para alcanzar y promover la santidad, que es la edificación del Reino!

Como en las siguientes líneas del Nican Mopohua, la Siempre Virgen Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, nos abre Su Corazón y hace de nuestro conocimiento lo que, como Madre del Cielo, siente y tiene reservado para cada uno de nosotros, sus hijos que la amamos y nos confiamos y abandonamos a Ella…

“Porque en verdad Yo me honro en ser Madre Compasiva de todos ustedes, tuya y de todas las gentes que aquí en esta tierra están en uno, y de los demás variados linajes de hombres, mis amadores, los que a Mí clamen, los que Me busquen, los que Me honren, confiando en Mi intercesión. Porque allí estaré siempre dispuesta a escuchar su llanto, su tristeza, para purificar, para curar todas sus diferentes miserias, sus penas, sus dolores. Y para realizar con toda certeza lo que pretende Él, mi mirada misericordiosa.” (NM 29-33).

ROSAS PARA LA VIRGEN:

Ofreceremos a la Virgen, todos los días que quedan de este mes Mariano, la oración del Santo Rosario, tratando de rezarlo en familia (invitándolos a compartirlo con nosotros, de ser posible) como nos había pedido el Papa Francisco, especialmente en este mes de mayo. Seguiremos uniéndonos en oración, PIDIENDO POR:

– Por las próximas elecciones en México:  Que los mexicanos comprendan la gravedad de la hora y concurran masivamente a votar por la defensa de la vida y la libertad.

– Pidamos la poderosa intercesión de la Virgen para salvar el sistema democrático de las amenazas que le asechan en nuestros países y en todo el mundo.

– Por todas las almas de quienes han fallecido a causa de la pandemia, de la violencia y de la inseguridad ciudadana.

– Por todas las familias que han perdido seres queridos y no han podido despedirse de ellos. Para que el Señor les dé la fortaleza y la gracia del consuelo, y puedan superar esta grandísima prueba.

– Por la situación de la economía mundial, para que el Señor ayude al mundo entero y obre en los corazones de los gobernantes, para que el trabajo no falte y todos los hogares puedan contar con lo necesario para vivir y cubrir las necesidades básicas familiares.

– Para que la Santísima Virgen María nos acompañe en estos momentos (a cada uno y a nuestras familias), y nos proteja de todo mal, y por Su Intercesión, nos alcance las gracias que necesitamos en el alma y en el cuerpo.

– Para que todos volvamos los ojos a Dios, nos convirtamos y seamos mejores hijos de Dios y hermanos los unos de los otros.

– Por todos los jóvenes y niños, para que no pierdan la esperanza, la felicidad, la paz y las ganas de vivir y de trabajar por un mundo mejor.

-Por la unión de todas las familias y especialmente por los padres, para que siempre sean testimonio y apoyo sólido de amor, paciencia, alegría, confianza, misericordia y perdón para sus hijos.

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