VIGÉSIMO PRIMER DÍA
PRIMERA PARTE:
Nican mopohua (Nicān mopohua) es el nombre con el que se conoce ampliamente el relato en lengua náhuatl de las apariciones marianas de la Santísima Virgen en México, bajo la advocación de Guadalupe, que tuvieron lugar en el cerro del Tepeyac, al norte de la actual Ciudad de México.
Ese es el documento histórico en el que se relata las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe a San Juan Diego, indígena azteca, ocurridas del 9 al 12 de diciembre de 1531.
Este, es un libro que originalmente fue escrito en lengua náhuatl “lingua franca” en Mesoamérica, y todavía en uso en varias regiones de México. A pesar de que muchos documentos indígenas comienzan con el Nican Mopohua, estas dos palabras iniciales han permanecido por antonomasia para identificar específicamente este relato. El título completo es: “Aquí se cuenta se ordena cómo hace poco milagrosamente se apareció la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, nuestra Reina; allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe.”
El autor del documento fue Don Antonio Valeriano (1520-1605), sabio indígena y aventajado discípulo de Fray Bernardino de Sahún. Valeriano recibió la historia por boca del mismo San Juan Diego, quien murió en 1548.
Este manuscrito tiene como finalidad dar a conocer los deseos de la Santísima Virgen y nos permite ver cómo tuvo lugar la evangelización de una cultura, donde la ayuda de Dios y de la Virgen fue evidente. Por medio de una narrativa con estilo correcto, digno y sólido, uno se da cuenta de que esta evangelización llegó hasta la más profunda raíz de la cultura prehispánica, trayendo con ella la reconciliación entre dos pueblos.
En la plenitud de los tiempos para América (como se expresaban los españoles de ese tiempo), aparece María Santísima como la portadora de Cristo. Hay una identificación de lo esencial de la Biblia: –Cristo, centro de la Historia- (Juan 3,14-16) con lo esencial del Nican Mopohua (vv.26-27) y con lo esencial del mensaje glífico de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe: el Niño Sol que lleva en su vientre Santísimo.
El Nican Mopohua, tiene como protagonistas del relato a:
- La Santísima Virgen, que pide un templo para manifestar a su Hijo.
- San Juan Diego, vidente y confidente de la Santísima Virgen, que es quien recibe el mensaje de la Señora del Cielo.
- El Obispo Fray Juan de Zumárraga, a cuya Autoridad se confía el asunto derivado del mensaje de la Santísima Virgen entregado por San Juan Diego.
- El Tío de San Juan Diego, sanado milagrosamente por intercesión de la Reina del Cielo.
- Los criados del Obispo, que siguen a San Juan Diego.
- La ciudad entera, que reconoce lo sobrenatural de la imagen y entrega su corazón a Nuestra Señora de Guadalupe.
El relato del Nican Mopohua, comienza diciendo bellamente así: “Aquí se narra, se ordena, cómo hace poco, milagrosamente se apareció la perfecta Virgen Santa María Madre de Dios, nuestra Reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe. Primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego; y después se apareció Su Preciosa Imagen delante del reciente obispo Don Fray Juan de Zumárraga.
(…) Diez años después de conquistada la ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos, así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquél por Quien se vive: el verdadero Dios.
En aquella sazón, el año 1531, a los pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un indito, un pobre hombre del pueblo.
Su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino de Cuauhtitlan, y en las cosas de Dios, en todo pertenecía a Tlatilolco.
Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de sus mandatos.
Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía.
Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que les respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos.
Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños?
¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos, nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?
Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial.
Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrillo, le decían: ‘JUANITO, JUAN DIEGUITO’.
Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban; ninguna turbación pasaba en su corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por todo extremo; fue a subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban.
Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo, cuando lo vio una Doncella que allí estaba de pie, lo llamó para que fuera cerca de Ella.
Y cuando llegó frente a Ella mucho admiró en qué manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta grandeza: Su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca (todo lo más bello) parecía la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla.
Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allí se suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro.
En su presencia se postró. Escuchó su aliento, su palabra, que era extremadamente glorificadora, sumamente afable, como de quien lo atraía y estimaba mucho.
Le dijo: ‘ESCUCHA, HIJO MÍO EL MENOR, JUANITO. ¿A DÓNDE TE DIRIGES?’
Y él le contestó: ‘Mi Señora, Reina, Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan que nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor: nuestros sacerdotes.’
En seguida, con esto dialoga con él, le descubre su preciosa voluntad; le dice: ‘SÁBELO, TEN POR CIERTO, HIJO MÍO EL MÁS PEQUEÑO, QUE YO SOY LA PERFECTA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, MADRE DEL VERDADERÍSIMO DIOS POR QUIEN SE VIVE, EL CREADOR DE LAS PERSONAS, EL DUEÑO DE LA CERCANÍA Y DE LA INMEDIACIÓN, EL DUEÑO DEL CIELO, EL DUEÑO DE LA TIERRA, MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME LEVANTEN MI CASITA SAGRADA.
EN DONDE LO MOSTRARÉ, LO ENSALZARÉ AL PONERLO DE MANIFIESTO:
LO DARÉ A LAS GENTES EN TODO MI AMOR PERSONAL, EN MI MIRADA COMPASIVA, EN MI AUXILIO, EN MI SALVACIÓN: PORQUE YO EN VERDAD SOY VUESTRA MADRE COMPASIVA, TUYA Y DE TODOS LOS HOMBRES QUE EN ESTA TIERRA ESTÁIS EN UNO, Y DE LAS DEMÁS VARIADAS ESTIRPES DE HOMBRES, MIS AMADORES, LOS QUE A MÍ CLAMEN, LOS QUE ME BUSQUEN, LOS QUE CONFÍEN EN MÍ, PORQUE ALLÍ LES ESCUCHARÉ SU LLANTO, SU TRISTEZA, PARA REMEDIAR PARA CURAR TODAS SUS DIFERENTES PENAS, SUS MISERIAS, SUS DOLORES.
Y PARA REALIZAR LO QUE PRETENDE MI COMPASIVA MIRADA MISERICORDIOSA, ANDA AL PALACIO DEL OBISPO DE MEXICO, Y LE DIRÁS QUE CÓMO YO TE ENVÍO, PARA QUE LE DESCUBRAS CÓMO MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME PROVÉA DE UNA CASA, ME ERIJA EN EL LLANO MI TEMPLO; TODO LE CONTARÁS, CUANTO HAS VISTO Y ADMIRADO, Y LO QUE HAS OÍDO.
Y TEN POR SEGURO QUE MUCHO LO AGRADECERÉ Y LO PAGARÉ, QUE POR ELLO TE ENRIQUECERÉ, TE GLORIFICARÉ; Y MUCHO DE ALLÍ MERECERÁS CON QUE YO RETRIBUYA TU CANSANCIO, TU SERVICIO CON QUE VAS A SOLICITAR EL ASUNTO AL QUE TE ENVÍO. YA HAS OÍDO, HIJO MÍO EL MENOR, MI ALIENTO MI PALABRA; ANDA, HAZ LO QUE ESTÉ DE TU PARTE.’
E inmediatamente en su presencia se postró; le dijo: ‘Señora mía, Niña mía, ya voy a realizar tu venerable aliento, tu venerable palabra; por ahora de Ti me aparto, yo, tu pobre indito.’
Luego vino a bajar para poner en obra su encomienda: vino a encontrar la calzada, viene derecho a México.
Cuando vino a llegar al interior de la ciudad, luego fue derecho al palacio del obispo, que muy recientemente había llegado, gobernante sacerdote; su nombre era Don Fray Juan de Zumárraga, sacerdote de San Francisco.
Y en cuanto llegó luego hace el intento de verlo, les ruega a sus servidores, a sus ayudantes, que vayan a decírselo; después de pasado largo rato vinieron a llamarlo, cuando mandó el señor obispo que entrara. Y en cuanto entró, luego ante él se arrodilló, se postró, luego ya le descubre, le cuenta el precioso aliento, la preciosa palabra de la Reina del Cielo, su mensaje, y también le dice todo lo que admiró lo que vio, lo que oyó.
Y habiendo escuchado toda su narración, su mensaje, como que no mucho lo tuvo por cierto, le respondió, le dijo: ‘Hijo mío, otra vez vendrás, aun con calma te oiré, bien aún desde el principio miraré, consideraré la razón por la que has venido, tu voluntad, tu deseo.’
Salió; venía triste porque no se realizó de inmediato su encargo. Luego se volvió, al terminar el día, luego de allá se vino derecho a la cumbre del cerrillo, y tuvo la dicha de encontrar a la Reina del Cielo: allí cabalmente donde la primera vez se le apareció, lo estaba esperando.
Y en cuanto la vio, ante Ella se postró, se arrojó por tierra, le dijo: ‘Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la más pequeña, mi Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable palabra; aunque difícilmente entré a donde es el lugar del gobernante sacerdote, lo vi, ante él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste.
Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente, pero, por lo que me respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cierto. Me dijo: ‘Otra vez vendrás; aun con calma te escucharé, bien aún desde el principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad. ‘
Bien en ello miré, según me respondió, que piensa que tu casa que quieres que te hagan aquí, tal vez yo nada más lo invento, o que tal vez no es de tus labios; mucho te suplico, Señora mía; Reina, Muchachita mía, que, a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le crean.
Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mí detenerme allá a donde me envías, Virgencita mía, Hija mía menor, Señora, Niña; por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía.’
Le respondió la perfecta Virgen, digna de honra y veneración: ‘ESCUCHA, EL MÁS PEQUEÑO DE MIS HIJOS, TEN POR CIERTO QUE NO SON ESCASOS MIS SERVIDORES, MIS MENSAJEROS, A QUIENES ENCARGUÉ QUE LLEVEN MI ALIENTO MI PALABRA, PARA QUE EFECTÚEN MI VOLUNTAD; PERO ES MUY NECESARIO QUE TÚ, PERSONALMENTE, VAYAS, RUEGUES, QUE POR TU INTERCESIÓN SE REALICE, SE LLEVE A EFECTO MI QUERER, MI VOLUNTAD.
Y, MUCHO TE RUEGO, HIJO MÍO EL MENOR, Y CON RIGOR TE MANDO, QUE OTRA VEZ VAYAS MAÑANA A VER AL OBISPO. Y DE MI PARTE HAZLE SABER, HAZLE OÍR MI QUERER, MI VOLUNTAD, PARA QUE REALICE, HAGA MI TEMPLO QUE LE PIDO. Y BIEN, DE NUEVO DILE DE QUÉ MODO YO, PERSONALMENTE, LA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, YO, QUE SOY LA MADRE DE DIOS, TE MANDO…’
Hasta aquí copiamos la primera parte del relato. Seguiremos mañana con otra parte.
A través de esta primera entrega que hacemos del Nican Mopohua, podemos darnos cuenta de la Majestad de la Santísima Virgen, que es reina del Cielo y de la Tierra, y de su maternal protección en favor de sus hijos amados.
En esta narración, digna de una admiración inmensa para todo el que la lee, se describe con tiernas palabras la solicitud de la Santísima Virgen para que San Juan Diego cumpliera su deseo, pero sabiendo Ella de la inocencia y humildad del “indito”, le da las armas para ser escuchado y tomado en cuenta, ante el gobierno sacerdotal de ese momento.
En esta primera parte, ¿Qué condiciones de profeta podemos distinguir, si comparamos a san Juan Diego con los personajes de la Biblia que han recibido encomiendas de Dios?
La Santísima Madre trae una encomienda (misión) del cielo. No es solamente la construcción de su Iglesia en el lugar donde Ella ha mencionado, sino es principalmente hacer conocer y amar a su Hijo, Jesús, llevándolo en su seno. Es el mostrarles a los sacerdotes franciscanos que los indios, a los que tal vez ellos menospreciaban por su falta de educación en cuestiones de la fe, eran, como en el caso de San Juan Diego, los profetas predilectos del Cielo. ¿Por qué? Porque en sus corazones la humildad era la reina. La bondad era la que imperaba en sus vidas, como en el caso de San Juan Diego, y lo principal, la diligencia y observancia a realizar y cumplir con los designios de Dios en sus vidas.
Los recién conversos “inditos”, como vemos que se les llamaba normalmente en aquel tiempo, necesitaban, a través del testimonio de San Juan Diego, aumentar su fe y sustentar esa esperanza en la vida eterna tiendo como intercesora y Madre, a la Siempre Virgen, Madre de Dios.
Los sacerdotes franciscanos, provenientes de España, debían entender que el que regía y tenía el control de las cosas, de todo el proceso de evangelización y aún de sus vidas, era, es y seguirá siendo siempre Dios. No ellos; no sus conocimientos; no sus puestos con respecto a la Orden y a la Corona de España. Dios y únicamente Dios, debía ser dado a conocer y amar, y la misión de la Iglesia debía de estar unida, lo mismo que hoy y siempre, bajo la dulce, amable y servicial presencia de la Virgen, como intercesora y Madre de TODOS nosotros.
El mensaje principal de esta primera parte del relato sobre el fenómeno Guadalupano, podríamos decir que sería, para nosotros Apóstoles de la Nueva Evangelización, el siguiente:
- Debemos llevar diligentemente a Dios a todos, siendo TODOS merecedores de ese Amor que es dispensado por Dios y la Santísima Madre a todos sus hijos, sin importar nada, porque solo Dios sabe y conoce lo que hay en cada corazón.
- Que la misión del Apóstol de la Nueva Evangelización, que lleva a Dios a los demás, debe ser siempre pasada por el “colador” de las buenas intenciones, para que ningún sentimiento de orgullo, celos, soberbia o incluso falsa humildad, se filtre o permanezca en el corazón, evitando que la entrega sea siempre misericordiosa, sincera y humilde.
- Para ser verdadero hijo de la Virgen, la humildad y el buscar siempre la Voluntad de Dios, son ingredientes principales en la vida de todo cristiano, pero especialmente en la vida y proceder de un miembro del ANE.
- A través del testimonio de San Juan Diego, los miembros del ANE debemos de crecer, día con día, en mejorar el modo como nos relacionamos con los demás. Debemos de ser coherentes en nuestra vida, suaves y siempre cordiales en el trato, cariñosos, prudentes, misericordiosos, generosos, diligentes, humildes, sinceros, puros de corazón; obedientes, amantes de las cosas de Dios y de Su Palabra.
- Y por último entender que lo que yo no haga, nadie más lo hará por mí. Es decir, que esa misión que tú tienes dentro del ANE, si no la cumples como Dios quiere, nadie lo podrá hacer en tiempo y forma. No porque la persona sea indispensable, sino porque para Dios, todos somos importantes y necesarios, para dar cumplimiento a Sus Planes dentro de la historia de la Salvación. Así que lo que tú dejes sin hacer, lo hagas mal hecho o incompleto, se quedará de esa forma, teniendo Dios que hacer otras cosas para poder “rellenar” ese vacío que no se ha completado.
- La Virgen nos enseña una vez más, a través del fenómeno guadalupano, que el Cielo no escoge para las diferentes misiones que deben realizarse en la tierra, a los que son más ilustrados, importantes o capacitados; sino que va capacitando a los que tienen abierto el corazón para oír la Voz del Señor, responderle generosamente y realizar Sus designios en sus vidas.
ROSAS PARA LA VIRGEN:
Ofreceremos a la Virgen durante los siguientes dos días la oración “Bajo Tu amparo”, pidiendo por las siguientes intenciones:
– Por las próximas elecciones en México: Que los mexicanos comprendan la gravedad de la hora y concurran masivamente a votar por la defensa de la vida y la libertad.
– Pidamos la poderosa intercesión de la Vrgen para salvar el sistema democrático de las amenazas que le asechan en nuestros países y en todo el mundo.
– Por todas las almas de quienes han fallecido a causa de la pandemia, de la violencia y de la inseguridad ciudadana.
– Por todas las familias que han perdido seres queridos y no han podido despedirse de ellos. Para que el Señor les dé la fortaleza y la gracia del consuelo, y puedan superar esta grandísima prueba.
– Por la situación de la economía mundial, para que el Señor ayude al mundo entero y obre en los corazones de los gobernantes, para que el trabajo no falte y todos los hogares puedan contar con lo necesario para vivir y cubrir las necesidades básicas familiares.
– Para que la Santísima Virgen María nos acompañe en estos momentos (a cada uno y a nuestras familias), y nos proteja de todo mal, y por Su Intercesión, nos alcance las gracias que necesitamos en el alma y en el cuerpo.
– Para que todos volvamos los ojos a Dios, nos convirtamos y seamos mejores hijos de Dios y hermanos los unos de los otros.
– Por todos los jóvenes y niños, para que no pierdan la esperanza, la felicidad, la paz y las ganas de vivir y de trabajar por un mundo mejor.
-Por la unión de todas las familias y especialmente por los padres, para que siempre sean testimonio y apoyo sólido de amor, paciencia, alegría, confianza, misericordia y perdón para sus hijos.
Por esas intenciones, recemos todos virtualmente juntos y espiritualmente unidos:
«Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios»
En la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, Madre de Dios y Madre nuestra, y buscamos refugio bajo tu protección.
Oh Virgen María, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en esta pandemia de coronavirus, y consuela a los que se encuentran confundidos y lloran por la pérdida de sus seres queridos, a veces sepultados de un modo que hiere el alma. Sostiene a aquellos que están angustiados porque, para evitar el contagio, no pueden estar cerca de las personas enfermas. Infunde confianza a quienes viven en el temor de un futuro incierto y de las consecuencias en la economía y en el trabajo.
Madre de Dios y Madre nuestra, implora al Padre de misericordia que esta dura prueba termine y que volvamos a encontrar un horizonte de esperanza y de paz. Como en Caná, intercede ante tu Divino Hijo, pidiéndole que consuele a las familias de los enfermos y de las víctimas, y que abra sus corazones a la esperanza.
Protege a los médicos, a los enfermeros, al personal sanitario, a los voluntarios que en este periodo de emergencia combaten en primera línea y arriesgan sus vidas para salvar otras vidas. Acompaña su heroico esfuerzo y concédeles fuerza, bondad y salud.
Permanece junto a quienes asisten, noche y día, a los enfermos, y a los sacerdotes que, con solicitud pastoral y compromiso evangélico, tratan de ayudar y sostener a todos.
Virgen Santa, ilumina las mentes de los hombres y mujeres de ciencia, para que encuentren las soluciones adecuadas y se venza este virus.
Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.
Santa María, toca las conciencias para que las grandes sumas de dinero utilizadas en la incrementación y en el perfeccionamiento de armamentos sean destinadas a promover estudios adecuados para la prevención de futuras catástrofes similares.
Madre amantísima, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio y la constancia en la oración.
Oh, María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.
Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.