
Por la Fe, tenemos puesta la esperanza en Dios de que estará mucho mejor ahora de lo que estaba aquí, pero lloramos su partida.
La lloramos porque somos egoístas… porque extrañaremos sus virtudes, y pensando en la Obra, creemos que nadie, mejor que él, podrá acompañar a los hermanos que peregrinan en el pequeño pueblo de Cepeda, una localidad de tres mil habitantes que dista ochenta y cinco kilómetros de Mérida, más o menos.
Santo varón, Don Andrés: obediente, humilde, firme y sincero; líder maya de sólidos principios; trabajador incansable en la edificación del Reino. Sereno, respetuoso, de pocas palabras pero un entendimiento agudo, y cuando no estaba comprendiendo algo, tenía la virtud de parar el diálogo para volver al punto que no le estaba quedando claro. De ese modo, podíamos tener la certeza de que en Cepeda se haría exactamente lo que se tenía que hacer y tal cual debía hacerse, pues cuando había algo que no le convencía del todo, buscaba el momento y la forma oportuna para dialogar, expresar su punto de vista y platicar hasta llegar a un acuerdo que, eso sí, era inquebrantable: Lo que se comprometía a hacer, lo hacía, y de la mejor manera posible.
Al final de cuentas, lo digo en serio, nunca, jamás, dejó de hacer lo que se le pedía, incluso cuando le contrariase.
Vale la pena que les cuente ahora, a modo de ejemplo de lo que les digo, que fue víctima de dura persecución por ser miembro del ANE: Sufrió profundamente, porque cierto sacerdote le prohibió seguir haciendo uso de la capilla para Adorar al Señor en la Eucaristía, con el grupo que un par de veces por semana había ido religiosamente a adorar a nuestro Señor por más de diez años. De sopetón llegó un día y el sacristán le dijo: “dice el padre que ya no pueden venir más con tu grupo.”
Trató de resolverlo inútilmente con el diálogo y luego me llamó y entre lágrimas me dijo: “¿Qué voy a hacer? Le tengo que obedecer aunque muy claro le dije: ‘Padre, estás cometiendo un error y un día vas a dar cuentas de eso’.”
Ese episodio pinta de cuerpo entero a don Andrés, por quien les pido oraciones, mis hermanos; aunque quizás ya sea él quien pide por nosotros a Dios, estando junto a Él.
Dicen que fue el COVID-19. Su amada esposa, “doña Rosa María”, como él mismo la llamaba, había sido internada en un centro de salud de Mérida hace poco más de diez días. Estaba incomunicada y fue el último de los dolores de Andrés: el no poder verla. Nos dicen que lo sufrió mucho, pero el Señor tuvo con él la delicadeza que tiene siempre con sus elegidos: se lo llevó unas siete horas antes que a ella, el cinco del cinco del veinte veinte. (5/5/2020)
Cuando vi la fecha, en la madrugada, quién sabe por qué, pensé: “lindo día para casarse…» Ese día el matrimonio, junto, se fue con su Dios, al que fielmente había servido.
Don Andrés nos deja el ejemplo de humildad, de servicio, de obediencia y de integridad. Nos recuerda, una vez más, que estamos en manos de Dios, y no tenemos a qué tenerle miedo.
Tenemos también el testimonio de un hermano que, creemos, fue curado ya de la misma enfermedad. En estos días escucharemos ese testimonio en nuestra App…
Hoy, Jesús mismo nos repite en el Evangelio: “No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí…”
Como siempre, queridos hermanos, la única certeza que tenemos al nacer, es que moriremos; el cuándo y el cómo, siempre ha estado en manos de Dios; el dónde iremos luego, por el libre albedrío que es regalo de Dios al hombre, está de alguna manera en nuestras manos.
Un gran abrazo y que por intercesión de nuestro hermano Andrés, el Señor nos guarde de todo mal y nos ayude a crecer en santidad.
