Sagrado Corazón de Jesús (Día 19°)

DÉCIMO NOVENO DÍA:

Muchas son las enseñanzas que el Sagrado Corazón de Jesús ha querido manifestarnos a través de esta Devoción, pero podemos centrarnos en la más importante de todas: “Aprendan de Mí, que Soy Manso y Humilde de Corazón”. Jesús quiso enseñarnos algo de Sí mismo con esta simple frase, que lleva y encierra en y resume de manera admirable la Razón del Amor y la Misericordia de Dios.

Si nos ponemos a pensar (más allá de lo que sabemos “de memoria”, es decir, que Jesús es la Gracia, la fuente de todo bien y la virtud plena; que todo está hecho y creado a su imagen y para darle Gloria), pero si lo “desmenuzamos” mentalmente, si lo analizamos con sus conductas concretas, sus pensamientos y sentimientos, conforme a lo que vamos aprendiendo de Él a través del Evangelio y de nuestras catequesis, veremos que realmente Jesús encierra la plenitud de todo bien: inteligente, comprensivo, servicial, compasivo, misericordioso, etcétera, etcétera, etcétera; pero como hemos visto antes, Él siempre nos ponía como ejemplos para aprender, cuestiones de la naturaleza: “las aves”, “las semillas”, “los árboles”, o sus decenas de parábolas con personajes tan diversos… ¡pero la única vez que se pone a sí mismo como modelo, es cuando nos dice que aprendamos de su mansedumbre y humildad! Entonces, esta enseñanza ha de ser demasiado valiosa para que Jesús haya querido anteponerla a todas y mostrarla (con el sólo hecho de decirnos que la aprendamos de Él) como por encima de las demás virtudes.

Jesús nos invita a imitar todas las virtudes que encontramos en Él representadas y contenidas, como el servicio, la docilidad, la verdad, la fidelidad, la prudencia, la bondad, la castidad y muchas más, pero ninguna de estas virtudes tiene el privilegio de estar por encima de la humildad, madre de todas ellas y, por ende, la más importante a cultivar, puesto que además, la mayoría de las veces es la que más nos cuesta ejercitar.

Los Santos han comprendido bien esta enseñanza del Señor. No han buscado su santidad entre muchas cosas, sino que la han encontrado en medio, y solo a través de la humildad y la mansedumbre de corazón. Han logrado entender que la humildad es la madre de todas las virtudes; el fundamento de cada una de ellas, y, por tanto, el principio de la Gloria futura.

San Francisco de Asís, en la Cruzada de la Salvación 75, nos habla de la Humildad como de “la reina que es tan valiosa”, que merece la pena trabajar para obtenerla y hacerla florecer en el corazón, ya que es muy agradable a Dios. ¡Qué mejor forma de explicar esta virtud, que a través de las palabras del mismo San Francisco!:

“Hermana mía, escucha lo que vengo a decirte por mandato de nuestro Amor, el tuyo y el mío. Si el agua que brota de la fuente se canaliza hacia un depósito adecuado, poco a poco éste se llenará y la tierra que antes asomaba quedará toda cubierta de agua. Si se hace salir un pequeño chorro de ese depósito ya lleno, lo verán correr y alejarse en busca de reposo que encontrará, o mezclándose con otra agua o deteniéndose en otro depósito. Esto, tan simple y tan común, es la imagen de la gran reina que estimé en la tierra por sobre todas las virtudes: la humildad.

Maseo quedó sorprendido al oír las alabanzas que yo decía, cuando deseaba dar las enseñanzas necesarias a la gran familia que habría reunido. Pero el estupor luego se cambió en santa alegría, cuando él comprobó que la reina de la cual te hablo merece el más verdadero amor.

Pasé por la tierra como un meteoro luminoso y atraje a algunos a Mi lado, pero los atraje sencillamente, sin artificios, casi sin invitarlos. Encontré algunas resistencias, y también yo les puse resistencia, hasta que Dios me quitó el mando de la Orden, que fundé sobre la verdadera humildad y no sobre la insubordinación de Elías… Él, efectivamente, ha dejado una magnífica Basílica llena de maravillas humanas, que por cierto se está derrumbando, yo he dejado una pequeña iglesita llena de maravillas divinas y entre éstas, la más bella es la humildad.

Los ricos de entonces no estaban tan maravillados de mi pobreza cuanto del espíritu de humildad que Dios me había dado; el desasimiento de las cosas fue tan grande y verdadero, y fue lo que aparecía a primera vista, pero más y más grande era la verdad que brillaba, por virtud divina, en mi espíritu y con verdad, su natural hija, la humildad.

¿No conocí yo quién era el hijo de Pietro Bernardone? ¿En qué se asemejaba el hijo de la francesa (mi madre) al Hijo bendito de María? Demasiado distinto me encontraba cuando la Gracia me inundó y, por eso, me humillé. E inclusive cuando, sobre las huellas de Cristo, seguía yo su adorable doctrina, ¿cómo podía verme digno de Él, si a duras penas me retraía de las ofertas del mundo que ya me seguía? Por eso se me dio otro motivo, otra luz confrontando mi nueva vida, pero todavía demasiado poco semejante a mi amado Bien.

La humildad es conquista del alma y es luz de Dios; pero no sólo luz, sino también conquista. Quien no sabe lo que es humillarse verdaderamente, perdura en muchos errores y estima ciegamente lo que en cambio es vileza y abyección.

Piensa que humillarse a los Cardenales de la Iglesia y al mismo Pontífice, como lo hice yo, no es cosa grande para quien se tiene por una oveja del gran redil. Pero delante de Dios queda en los siglos y en la eternidad para atestiguar la verdad poseída, creída y estimada. Y la verdad en estos casos es tenerse por un bueno para nada que obedece a Dios y va al encuentro de los grandes de la Iglesia con ánimo sencillo, los míos dirían, ‘con ánimo franciscano’.

Por consiguiente, el conocimiento propio produce la humildad; mientras que la estima de sí mismo, que es soberbia, produce desconcierto y arruina lo poco de verdad que ya se encuentra en un alma.

He aprendido la humildad del mismo Cristo, mirándolo humilde y sencillo en el pesebre, humilde y dolorido en la cruz, humilde y sabio en la Palabra, humilde y omnipotente en hacer milagros, humilde y grande al quedarse entregado a nosotros, los hombres de la tierra, como alimento de vida eterna.

No tenía libros sino el Salterio y algún misal de rústica vetustez, sin embargo, Dios eterno me instruyó intensamente y me movió suavemente por todos los senderos de la virtud.

Él, el Amor mío y tuyo, es la fuente de la cual desciende el agua permanente; Jesús, el dulce Jesús, el estanque que la recoge, y yo el arroyuelo que, salido de Él, trato de arrojarme, unirme a otras aguas, o bien detenerme en otros pequeños estanques que recogen el agua del principal estanque: Jesús. Soy Francisco, la luz de Asís, la antorcha de Cristo, la estrella del firmamento de la excelsa Madre, la Iglesia”.

“Aprendan de Mí que Soy Manso y Humilde de Corazón” nos vuelve a decir el Señor y recordando su Pasión nos damos cuenta de que Él supo ser manso y humilde. Por su parte,  a Santísima Virgen María nos dice que Dios obró maravillas en Ella, porque “vio la Humildad de Su esclava”.

Jesús quiere que entendamos, que confiemos, que esperemos en Él, que es Dios de todo Consuelo, de donde vienen toda clase de gracias, que intervendrá en cada una de nuestras debilidades. Nos acogerá, perdonará, si realmente nos convertimos de corazón. Pero ¿qué significa convertirse de corazón?

Con base en nuestras reflexiones anteriores, recordaremos que el corazón humano es el “centro”, el fundamento y la raíz de toda la personalidad humana, donde tienen su origen nuestras actitudes (es decir, nuestras disposiciones de ánimo) y nuestras acciones, que son una expresión externa de los pensamientos y los sentimientos que allí se anidan, se desarrollan y organizan (o desorganizan). Así lo vemos en el libro de Los Hechos de los Apóstoles 8,21: “Tú no puedes esperar nada ni tomar parte en esto, porque tus pensamientos no son rectos ante Dios” y en la primera carta de San Pablo a Timoteo 1,5: “El fin de nuestra predicación es al amor que procede de una mente limpia, de una conciencia recta y de una fe sincera.”

Por eso, cuando leemos que el Señor quiere que nos convirtamos con todo el corazón, quiere decir que debemos hacerlo medularmente, de veras “hasta el tuétano”, hasta que nuestros corazones tiemblen (Deut 28,65), se desmayen de amor a Dios y de su Presencia Misericordiosa en nosotros y en nuestras vidas (Jos 2,11; Ez 21,20); el hombre (el corazón) tiembla o desmaya ante la conciencia de que todo un Dios, Padre bueno y rico en misericordia, se abaje ante la miseria de su criatura, para permanecer junto a él y en él, propiciando sentimientos de arrepentimiento, necesidad de perdón y de entregarse por completo a Dios.

Esto es posible únicamente cuando el corazón se sabe necesitado de Dios, de sus gracias y de su luz; cuando está comunicado con Dios por medio de la oración; cuando ha tomado verdadera consciencia de su pequeñez frente a la magnificencia de Dios y por eso practica de corazón la humildad, que es la puerta para ser agradable a Jesús y entrar en el Refugio de Su Adorable Corazón.

Las palabras y obras pueden manifestar u ocultar el corazón de una persona, es decir, pueden revelar o encubrir los motivos por los cuales realiza o no realiza alguna acción, pero en las Sagradas Escrituras leemos que todo lo oculto quedará al descubierto, y que Dios no se deja engañar por las apariencias, sino que mira las profundidades del corazón, sólo por mostrarlo en algunas de los múltiples pasajes donde podemos leerlo:

“Como un revestimiento de plata en un tiesto de barro, así son las buenas palabras de un corazón perverso. El que tiene odio disimula su lenguaje y esconde en él su maldad. Si expresa buenos sentimientos, no te fíes: siete maldades llenan su corazón. Aunque oculte su odio bajo modales educados, su malicia se manifestará en público.” (Prov 26,23-26)

“Pero Yahvé dijo a Samuel: «No mires su apariencia ni su gran estatura, porque lo he descartado. Pues la mirada de Dios no es la del hombre; el hombre mira las apariencias, pero Yahvé mira el corazón.»” (l Samuel 16,7).

Efectivamente, Dios conoce sondea y examina cada pensamiento, cada acción, cada motivo del hombre, es decir, conoce los móviles más ocultos y profundos de cada uno (Cfr.: Lc 16,15; He 1,24; 15,8; Rom 8,27; Ap 2,23); por eso es que toda conversión debe ser “de corazón”, puesto que allí es donde la persona concentra todo lo que lo acerca a Dios (o aleja de Él, según decida en el ejercicio de su discernimiento, libertad y voluntad).

La verdadera conversión es el resultado de una actitud humilde, sencilla y una pura intención que añore, por encima de los logros y glorias pasajeras de este mundo, trabajar día con día para darle Gloria a Dios, sin buscar a cambio nada más que reparar todo aquello que lo ofende. Convertirse, es ir buscando y cambiando, cada día, en la propia persona, lo que se aparta de la ley divina y trae consigo un apego a las cosas del mundo, que nos alejan de las cosas de Dios.

“El hombre manso es útil a los demás, porque no hay cosa que más incite a otros a decidirse por el servicio de Dios, que ver a una persona llena de mansedumbre y alegre cuando recibe alguna injuria. La virtud se conoce en el tiempo de la adversidad; así como en el crisol se prueba el oro, así también la mansedumbre del hombre se prueba en la fragua de la humillación.” (PC-76).

Las Palabras del Señor cuando nos invita a aprender de Él la Mansedumbre y la Humildad, nos invitan a recordar que, cada uno en su interior y sin ver la paja en el ojo del hermano, necesita ejercitarse en las aplicaciones más elementales del deber de todo cristiano que dice “amar a Dios” como son: reconocerse pecador y no juzgar a los demás; ser fuente de misericordia para todos, y saber inyectar esperanza en vez de condenar. Es tener un corazón solidario con todos y nunca permitirse ser indiferente con las personas que necesitan de una palabra de consuelo.

Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del Amor del Corazón de Jesús.

Solamente manifestando de esa forma el Reino de Cristo en nuestro corazón y en nuestras vidas, viviendo el mandato supremo de la caridad y esforzándonos por experimentar una conversión profunda, nuestras súplicas y oraciones llegarán al Corazón Jesús que lo sabe todo y escudriña lo más profundo de nuestros seres, conociendo nuestra debilidad, y extendiendo su Mano sobre cada una de nuestras heridas: curándolas, sanándolas con su inmenso Amor y derramando su Providencia en los momentos más difíciles y dolorosos de nuestras vidas.

MEDITACIÓN:

Medita el día de hoy sobre esta Jaculatoria: “Jesús, haz que mi corazón se parezca más al Tuyo”

Durante el día, por la noche, mañana… repite esa pequeña oración y medita sobre las preguntas y el mensaje que está a continuación:

  • ¿Qué debo hacer en mi vida para que esto suceda?
  • ¿Qué cosas debo cambiar, “convertir” para ser más semejante al Señor
  • ¿Cuánto debo crecer en humildad y mansedumbre?

“Hoy llamo a cada uno de Mis hijos por su nombre, vengan a Mí, conságrense y dedíquense por amor a Mi Sagrado Corazón, porque es su verdadero refugio. Aquí Yo les enseñaré a amar según Yo amo. Aquí Yo los consolaré, los confortaré y los aconsejaré. Aquí, en la Hoguera del amor, se purificarán de tal modo que, cuando los llame a Mi casa, Yo mismo los recibiré en el abrazo eterno de la Trinidad.” (ANA-17).

Ayúdanos a enriquecernos con la experiencia de Dios, a través de tus comentarios y participación en la App del ANE.

OFRECIMIENTO:

1.- Ofreceremos esta Santa Corona, para pedir misericordia al Señor por el mundo entero y perdón por todos los ultrajes y sacrilegios que se cometen en contra de su Divino Corazón, y el Inmaculado Corazón de su Santísima Madre.

2.- Igualmente, lo ofreceremos pidiendo perdón por todos los pecados de omisión que en el mundo entero se cometen en contra de su divina presencia y permanencia en los altares; especialmente en aquellos donde está más abandonado, olvidado y donde hay menos oración.

3.- Por las intenciones y necesidades del Santo Padre. Por la Santa Iglesia Católica, y para que todos seamos un solo rebaño, bajo un solo Pastor. Por todos los sacerdotes e institutos de vida consagrada; para que el Señor, con la efusión de su Espíritu, los ayude a ser cada día mejores y más santos.

4.- Ofreceremos al Señor, durante este mes nuestros sacrificios, de una manera especial por nuestro Apostolado, el Instituto Stella Maris, CRUZNE, TAE y todo lo que en ellos se viene realizando, su presente y su futuro; para que todo sea y vaya con la bendición de Dios y el auxilio de Santa María de Guadalupe, Estrella de la Nueva Evangelización. Por todos sus integrantes, sus necesidades e intenciones particulares.

5.- Pediremos al Señor, por intercesión de Su Santa Madre, y a través de Su Inmaculado Corazón, que nos libre de todo mal espiritual y corporal, que seamos apartados con nuestras familias, lo más posible, de las horas de sufrimiento y de dolor, llegado el momento de la purificación. Y que Su Providencia y bendición nunca nos falten.

6.- Por todos los países donde el ANE existe; para que el Señor los guarde en su Sagrado Corazón, y no permita que el comunismo, la guerra, el ateísmo, la persecución a la Iglesia y las ideas ateas se implanten en ellos, creando miedo, crisis y confusión entre sus habitantes. De una manera muy especial te pedimos, Señor, por Estados Unidos, México, todo Centro y Sudamérica.

MANERA DE REZARLO:

1.- Recitamos (a modo de Credo) una vez, las “Aspiraciones” de San Ignacio:

Alma de Cristo, Santifícame. Cuerpo de Cristo, Sálvame. Sangre de Cristo, Embriágame. Agua del costado de Cristo, Lávame. Pasión de Cristo, Confórtame. Oh mi Buen Jesús. Óyeme. Dentro de Tus Llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del enemigo maligno, defiéndeme. A la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti, para que con los Santos te alabe, por los siglos de los siglos, Amén.

2.- En las cuentas grandes, en vez del Padre Nuestro, decimos:

Jesús, Dulce y humilde de Corazón, haz mi corazón semejante al Tuyo.

3.- En las cuentas pequeñas, en vez de los Aves Marías, se dirá diez veces:

Dulce Corazón de Jesús, se Tú mi amor.

4.- Al final de cada decena, en vez del Gloria, se dirá:

Dulce Corazón de María, sé la salvación del alma mía.

5.- Para Terminar:

Un Padre Nuestro, Un ave María y un Gloria.

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Finalmente, digámosle todos los días:

¡Gracias, Soberano Señor, Padre mío Amoroso! ¡Gracias Sacratísimo Corazón, donde reside el Amor verdadero que me Ama y Salva! ¡Gracias, Espíritu de Amor, que me da vida y me inspira!

En este día, mis ANE-hermanos y yo te honramos y te damos las gracias, Dios Uno y Trino, por todo lo que Tu Inmensa Providencia nos dispensa, sin merecimiento alguno.

Anhelo Señor en este día, darte mi amor y reunirme algún día Contigo en el Cielo, para cantar el gran himno de acción de gracias allí, en unión plena Contigo, que eres Padre, Hijo y Espíritu Santo, a Ti sea toda alabanza, todo el Honor y toda la Gloria, por los Siglos de los Siglos. Amén.

Una respuesta a “Sagrado Corazón de Jesús (Día 19°)”

  1. Lo que hoy nos ponen como reflexión: CONVERSIÓN VERDADERA, HUMILDAD A TODA PRUEBA Y MANSEDUMBRE SINCERA EN LA ADVERSIDAD, me hace pensar en lo mucho que todavía me falta para que mi corazón se asemeje al de nuestro Señor, lo digo con mi corazón conmovido. Gracias por todo el esfuerzo en estos escritos dedicados al Sagrado Corazón de Jesús, a fin de que todos tengamos la oportunidad de ser cada día mejores. DIOS LOS BENDIGA

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