Rosas a la Virgen por el mes de María (día 18)

DÉCIMO OCTAVO DÍA

La Santísima Virgen María es presentada en el Evangelio como una persona muy callada. La Santa Biblia dice que “la persona prudente es de pocas palabras” (Prov. 17, 27). María era una persona prudente, pero la prudencia no significa ser una persona apagada y de nula participación o convivencia. ¡Al contrario! Estamos seguros de que María era aquella persona que llegaba y llenaba con su personalidad, rebosante de pureza y virtud, cualquier espacio donde se encontrara.

No porque “se convirtiera en el alma de la fiesta”, sino porque era Aquella persona que sabía qué decir y cómo decirlo, cuando era necesario. El Evangelio de San Lucas nos dice que “Ella guardaba las cosas en Su Corazón” (Lc 2,19), haciéndonos énfasis en el hecho que la Virgen era una Mujer que meditaba todo y todo, a su vez, lo ponía en el Corazón de Dios, a través de la oración.

María sabía y practicaba lo que el Apóstol Santiago nos recomienda en su carta: “Todos debemos ser prontos para escuchar y lentos para hablar” (Cfr. Stgo 1,19). Por lo que la Madre de Dios, mientras que todos en el Evangelio hablan, por ejemplo, los Apóstoles, los enfermos, los Fariseos, etc., Ella permanece casi siempre callada. Es la Madre que escucha y deja que los demás hablen.

El Evangelio nos muestra cinco frases que la Santísima Virgen dijo en diferentes momentos de la vida de Jesús. Seguramente su sabiduría daba para decirnos muchísimo más, pero la Virgen, siendo criatura de perfecta humildad, nunca aparecerá opacando a Su Hijo, que además es Su Dios.

Primera Frase de la Virgen María: Cuando el Ángel Gabriel, le anuncia que será Madre, en la Anunciación. En el Evangelio según San Lucas 1,34, leemos que María le dice al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?”

La Santísima Virgen María actúa de esa forma porque las personas prudentes siempre preguntan a los que saben. No se quedan con sus dudas, ni permiten que su ego y su soberbia reinen en sus corazones, de manera que tomen decisiones erróneas por no tener la humildad y la prudencia de preguntar al que tiene mayor autoridad en el conocimiento del tema, antes de actuar o de simplemente creer algo que escucharon. ¡Madre del Buen Consejo, ruega por nosotros!

Segunda frase de la Virgen María: Cuando el Ángel le explicó que concebiría al Hijo de Dios por obra y gracia del Espíritu Santo, en la Anunciación, en el Evangelio de San Lucas 1,38, nuestra Madre contesta: “Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí tal como has dicho.” María nos enseña, con su perfecta humildad y aceptación a los designios de Dios, la forma en la que debemos actuar en nuestro día a día, conforme se van dando los acontecimientos. Nos enseña a estar siempre  disponibles y abiertos a escuchar y hacer la Voluntad de Dios, aunque a veces no la entendamos.

A nosotros también nos pide Dios que digamos, como María, “Hágase en mí Tu Voluntad”, especialmente en las ocasiones más graves e importantes de nuestra vida. Lo mismo nos transmitió Jesús al enseñarnos a rezar el Padrenuestro, y después, con su testimonio, nos lo mostró en sus horas más terribles, dolorosas y angustiantes, cuando le decía al Padre: “Hágase Tu Voluntad y no la Mía” (San Mateo 26,42). Esta oración de confianza y abandono, puesta en práctica en nuestra vida, le agrada muchísimo a nuestro Buen Dios. ¡Inmaculado Corazón de María, ruega por nosotros! ¡Ave María Purísima, sin pecado concebida!

Tercera frase de la Virgen María: Cuando la Santísima Virgen María, ante la noticia del Ángel Gabriel, de que su prima Santa Isabel estaba esperando un hijo a su ya avanzada edad, y decide ir a visitarla. Isabel, al verla, se llena de Gozo y le comenta cómo es que siendo Ella la Madre de Dios, se toma la molestia de ir a visitarla. Ante ese saludo de Isabel, como es propio siempre de María exclama la bellísima oración del Magníficat, que podemos leer en el Evangelio de San Lucas (Lc 1,46-55): “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos.

Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.”

Con este hermoso ejemplo de la Virgen, que, dicho sea de paso, es el canto que rezamos y repetimos llenos de gozo y esperanza en la liturgia de las horas para celebrar las maravillas que ha hecho Dios en nosotros y en toda la historia de la salvación del hombre, al mismo tiempo que honramos a la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, y le damos su lugar en nuestras vidas como lo que es: Reina y Señora de Cielos y Tierra.

También a nosotros nos pide el Señor que, en los momentos de alegría, nos acordemos de dar gracias por lo Bueno que Él siempre ha sido. Un buen consejo sería el que, al momento en que nos despertemos y nos acostemos, recordemos algún favor que nos haya concedido el Señor, además del don diario de la vida, y le agradezcamos de corazón.

El ser agradecido es un fruto del Espíritu Santo, y eso muestra la calidad de corazón que tiene una persona, por eso se dice que “es de buenos hijos de Dios, el ser agradecidos”, porque en eso se demuestra que la persona tiene un corazón humilde, grande, noble y generoso. La Virgen era muy agradecida con los favores que recibía de Dios. ¡María, Reina del Cielo, ruega por nosotros, que recurrimos a Ti!

Cuarta frase de la Virgen María: María y José iban todos los años al Templo de Jerusalén para la Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, fueron con él, pues así debía de ser.

Sucedió que después de las fiestas, iniciaron el regreso hacia Nazaret, pero entre las prisas y la multitud de amigos y parientes, los padres no se dieron cuenta de que Jesús se había quedado en Jerusalén. Seguros de que estaba con la caravana de vuelta, caminaron todo un día. Después se pusieron a buscarlo entre sus parientes y conocidos. Como no lo encontraran, volvieron a Jerusalén en su búsqueda. Al tercer día lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. San Lucas nos narra en su Evangelio, en el Capítulo 2, versículo 48, lo que ante las fuertes emociones por la pérdida, la angustia y el encuentro, la Virgen le dice al Niño: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos”.

La Virgen María corrigió al Niño Jesús, porque Ella, como su madre, tenía la obligación ante Dios, de velar por la seguridad de su Hijo. Como buena Madre, tenía pues que decirle lo que José y Ella habían pasado al estarlo buscando, y la angustia y el dolor que sintieron como Padres, al no saber dónde Él se encontraba. La Biblia nos dice, que los papás tenemos la obligación y la responsabilidad ante Dios, de corregir y marcar el buen camino a nuestros hijos, y que los padres que no lo hacemos, cometemos una falta grave. Es por eso que habremos escuchado la expresión de que “Dios corrige más, al que más quiere.”

Cuando el Niño Jesús les explicó a Sus Padres el motivo por el cual se había quedado, todo le fue excusado.  Su respuesta nos enseña que Dios espera que realicemos la misión que nos ha encomendado como una tarea importante, y que no puede dilatarse por cualquier situación o consideración mundana. Al mismo tiempo, la acción de María nos enseña que, en la vida, no podemos estar haciendo lo que queremos, sino que debemos tomar en cuenta a las personas que tenemos a nuestro al rededor. Y que no debemos tener miedo, ni sentirnos coartados por la sociedad, o por el qué dirán, o por “los nuevos usos y costumbres” cuando debemos marcar tiempos, formas, límites y modos en la conducta de nuestros hijos y sus acciones, para enseñarles y corregirlos en la buena conducta que le agrade a Dios. ¡Stella Maris, Ilumina nuestra ruta!

Quinta Frase de la Virgen María: La quinta y última frase que se conserva en las Sagradas Escrituras de la Madre de Dios, la dio en las Bodas de Canaán, cuando se dio cuenta de que los novios se habían quedado sin vino.

María le pide a Jesús que los ayude, pero Él con amor le contesta que no era todavía Su hora para darse a conocer haciendo milagros (San Juan 2,4). Más aún con esa respuesta, un tanto negativa, María no se da por vencida y le insiste a su Hijo que, ante todo, Ella sabe que es “El Buen Dios, lleno de Misericordia y Compasión”.

En efecto, aunque no se tratara de una situación de vida o muerte, María confiaba plena y totalmente en Jesús, y sabía que Él obraría por el bien de la gente en desgracia, por lo que dice a los sirvientes: “Hagan lo que Él les diga” (San Juan 2,4).

María, como buena Madre Misericordiosa, tiene la poderosa virtud de ser esa omnipotencia suplicante ante Su Hijo Jesús, y de poder influir en las decisiones de Él. Es decir, en este pasaje de la Biblia que nos narra San Juan, vemos que María medio que “obliga” a Jesús a hacer su primer milagro para estos jóvenes recién casados, mostrándonos con esto el poder que tiene Su Madre Santísima, para alcanzarnos lo que necesitamos si con fe le pedimos auxilio a Ella.

Jesús cambió 600 litros de agua en vino para complacer a su Madre ante la súplica de ayuda que le realizó en favor de los jóvenes novios.

Tener a María como Madre y Auxilio permanente, es lo más hermoso que puede un ser humano tener. Con María, el Cielo es más fácil y seguro de alcanzar. Ella no se cansará de rogar por nosotros y de pedirle a Dios por nuestras necesidades, tanto espirituales como temporales.

Mientras más confíes en María, Jesús se sentirá más comprometido, por sus ruegos, a darte aquello que necesites y sea para salvación de tu alma y la de los tuyos. ¡Virgen de Guadalupe, Estrella y Reina de la Nueva Evangelización, ruega por nosotros!

ROSAS PARA LA VIRGEN:

Ofreceremos a la Virgen durante los siguientes cinco días, la oración “Bajo Tu amparo”, que nos ha pedido el Papa Francisco rezar para los días de pandemia que estamos viviendo en el mundo, pidiendo por:

– Todos los infectados y sus familias.

– Todas las personas que han fallecido, por sus almas para que estén ya con el Señor.

– Por todas las familias que han perdido seres queridos y no han podido despedirse de ellos. Para que el Señor les dé la fortaleza y la gracia del consuelo, y puedan superar esta grandísima prueba.

– Por la situación de la economía mundial, para que el Señor ayude al mundo entero y obre en los corazones de los gobernantes, para que el trabajo no falte y todos los hogares puedan contar con lo necesario para vivir y cubrir las necesidades básicas familiares.

– Para que la Santísima Virgen María nos acompañe en estos momentos (a cada uno y a nuestras familias), y nos proteja de todo mal, y por Su Intercesión, nos alcance las gracias que necesitamos en el alma y en el cuerpo.

– Para que pronto acabe esta pandemia, y todos los hombres vuelvan sus ojos a Dios, nos convirtamos y seamos mejores hijos de Dios y hermanos los unos de los otros.

– Por todos los jóvenes y niños, para que no pierdan la esperanza, la felicidad, la paz y las ganas de vivir y de trabajar por un mundo mejor.

-Por la unión de todas las familias y especialmente por los padres, para que siempre sean testimonio y apoyo sólido de amor, paciencia, alegría, confianza, misericordia y perdón para sus hijos.

Por esas intenciones, recemos todos virtualmente juntos y espiritualmente unidos:

«Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios»

En la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, Madre de Dios y Madre nuestra, y buscamos refugio bajo tu protección.

Oh Virgen María, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en esta pandemia de coronavirus, y consuela a los que se encuentran confundidos y lloran por la pérdida de sus seres queridos, a veces sepultados de un modo que hiere el alma. Sostiene a aquellos que están angustiados porque, para evitar el contagio, no pueden estar cerca de las personas enfermas. Infunde confianza a quienes viven en el temor de un futuro incierto y de las consecuencias en la economía y en el trabajo.

Madre de Dios y Madre nuestra, implora al Padre de misericordia que esta dura prueba termine y que volvamos a encontrar un horizonte de esperanza y de paz. Como en Caná, intercede ante tu Divino Hijo, pidiéndole que consuele a las familias de los enfermos y de las víctimas, y que abra sus corazones a la esperanza.

Protege a los médicos, a los enfermeros, al personal sanitario, a los voluntarios que en este periodo de emergencia combaten en primera línea y arriesgan sus vidas para salvar otras vidas. Acompaña su heroico esfuerzo y concédeles fuerza, bondad y salud.

Permanece junto a quienes asisten, noche y día, a los enfermos, y a los sacerdotes que, con solicitud pastoral y compromiso evangélico, tratan de ayudar y sostener a todos.

Virgen Santa, ilumina las mentes de los hombres y mujeres de ciencia, para que encuentren las soluciones adecuadas y se venza este virus.

Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.

Santa María, toca las conciencias para que las grandes sumas de dinero utilizadas en la incrementación y en el perfeccionamiento de armamentos sean destinadas a promover estudios adecuados para la prevención de futuras catástrofes similares.

Madre amantísima, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio y la constancia en la oración.

Oh, María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.

Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.

Una respuesta a “Rosas a la Virgen por el mes de María (día 18)”

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